Ministerio a Madres
- timothy martiny
- 25 jul 2023
- 4 Min. de lectura
Desde nuestro primer evento de celebración del Día de la Madre en 2019, esta actividad se ha convertido en uno de los eventos de mayor impacto que realizamos con los padres de nuestros estudiantes.
El fortalecimiento familiar es uno de los tres pilares fundamentales de Cadaniño.
Empoderar a madres comprometidas en el cuidado de sus hijos influye enormemente en lograr mejores resultados para ellos.
Por diversas razones, muchos de nuestros niños provienen de familias rotas. Con frecuencia, el padre no está presente, y la madre debe asumir el papel de proveedora y cuidadora. Una tarea monumental en las mejores circunstancias, y a menudo abrumadora para familias que viven en pobreza.
Aunque nuestro programa de fortalecimiento familiar incluye varias áreas como asistencia nutricional, paquetes de ayuda en crisis de emergencia y visitas domiciliarias, nos hemos dado cuenta de que lo que más necesitan muchas madres es ser animadas, validadas y apreciadas.
Los últimos dos años de la pandemia de Covid-19 y todos los desafíos que trajo consigo han hecho que, ahora más que nunca, estas madres necesiten apoyo.
Nuestro equipo organizó eventos en ambos centros de impacto comunitario, y el resultado fue increíble.
Las madres llegaron temprano al evento. Aunque viven en hogares humildes, muchas de ellas se arreglaron especialmente para la ocasión, usando probablemente sus mejores prendas.
Después de un tiempo de adoración y oración, compartimos un mensaje basado en la historia de la mujer de Sunem, en 2 Reyes 4.
Es la historia de una mujer que construye un cuarto para el profeta Eliseo, para que pudiera tener un lugar donde descansar cuando visitara su pueblo. Ella lo hace por respeto, sin esperar nada a cambio. El profeta pregunta a su siervo qué podría hacer para agradecerle, y descubren que no tiene hijos.
El profeta le dice que tendrá un hijo. Ella, incrédula, responde: "No, mi señor, hombre de Dios, no engañes a tu sierva."
No es que le falte fe, sino que probablemente ya estaba exhausta de tanto desear tener un hijo, no lograrlo y haber perdido la esperanza.
Un año después, da a luz a un hijo, pero el niño cae enfermo y muere. Ella enfrenta al profeta y le dice: "¿Acaso pedí yo a mi señor un hijo? ¿No te dije que no me engañaras?"
Ella está sumida en un dolor puro. Un dolor profundo, desgarrador, que muchas de las personas a las que servimos conocen muy bien.
Es como si ella dijera: "Dios, mejor no me des esperanza si solo voy a sufrir. Prefiero vivir sin esperanza que enfrentar la decepción."
Esta realidad resonó en el corazón de muchas madres presentes. Hemos acompañado a tantas de ellas en medio de enfermedades, pérdidas de seres queridos y muchas otras pruebas.
Muchas han llegado al punto en el que ya ni siquiera tienen la fuerza para orar por lo que desean o necesitan.
Ya no lo piden, porque temen enfrentar la decepción de no recibirlo o el dolor de perderlo.
Pero ninguna historia escrita por Dios termina en decepción. Ni las historias de la Biblia, ni nuestras propias historias.
Eliseo regresa con ella, sube al cuarto donde está el niño muerto, se tiende sobre él, ora siete veces, y milagrosamente el niño vuelve a la vida. Luego llama a la madre y le dice:
"Toma a tu hijo."
“Ella entró, se postró a sus pies, se inclinó hasta el suelo; después tomó a su hijo y salió.”
La reacción de las madres fue intensa. Varias lloraron. Muchas se abrazaron, y podías ver que entendieron el mensaje.
Se identificaron con la mujer sunamita: primero en su cansancio de pedir, luego en su dolor, en su lucha por entender el porqué de las pérdidas.
Pero lo más importante es que vieron, a través de esta historia, que al final Dios obra para bien. Que cuando nos enfrentamos a una crisis, podemos sentir que todo ha terminado, pero Dios tiene la última palabra, y siempre, SIEMPRE, trae algo bueno al final.
Aunque no hemos vivido exactamente lo que cada persona ha pasado, tenemos un Dios que sí lo ha vivido. Un Dios que ama, que cuida, que dirige nuestras vidas. Un Dios bueno y justo. Un Dios que no olvida lo que hacemos por los demás, especialmente cuando lo hacemos en Su nombre y por amor. Un Dios que estuvo con la mujer sunamita, así como está con cada mujer a quien servimos. Un Dios que no las ha olvidado.
Cerramos el mensaje agradeciendo a las madres por el trabajo que hacen: por amar a sus hijos, por cuidarlos y por dar todo de sí para que ellos puedan salir adelante.
Se podía ver en sus rostros cuánto significaba para ellas ser vistas, escuchadas y valoradas por su esfuerzo y sus sacrificios.
Luego realizamos una actividad donde cada madre recibió una bolsa de tela, que pintaron junto a sus hijos. Fue hermoso verlos trabajando juntos para crear obras de arte.
Para finalizar, cada madre recibió los regalos que sus hijos prepararon: tarjetas, plantitas en macetas decoradas y servilletas bordadas para tortillas. También recibieron una caja con bocadillos, muffins, fruta, galletas, chocolates y almuerzo. Luego pasaron a tomarse una foto en una galería de retratos.
Fue un evento sencillo. Una mañana dentro de la ocupada vida de las madres que servimos. Pero a veces, eso es todo lo que se necesita: un poco de ánimo, un poco de amabilidad, unos momentos para agradecer y reconocer el trabajo aparentemente interminable de ser madre. Recordarles que ellas importan, para nosotros y para Dios, puede ser el aliento que necesitan para seguir adelante cuando la vida es difícil.
¡Nunca es demasiado mostrar gratitud!
“Siempre damos gracias a Dios por todos ustedes, mencionándolos constantemente en nuestras oraciones.”
1 Tesalonicenses 1:2
